A Dios y a su
Reino de Paz se le llega caminando.
El camino a seguir, es el de la transformación constante
de nuestro ser hasta llegar a la perfección espiritual.
Es un camino largo,
lleno de tropiezos y pruebas.
No es un
camino fácil, pero al final, tendremos la seguridad de que llegaremos al Reino con
la ayuda del mismo Dios.
El primer
paso es creer en la existencia de Dios, en el Supremo Ser y Creador, y comenzar
a sentir su presencia en toda la naturaleza y en su grandiosa obra que nos
rodea, y a través de la cual se nos manifiesta constantemente y en todas partes.
Mediante la
transformación continua y progresiva de nuestra mente, de la forma de ser y de
conducir nuestras vidas, es cómo podemos avanzar por el camino que nos lleva hasta
Dios.
Y a medida
que avanzamos, también vamos tomando mayor conciencia sobre su existencia y de la comunicación que cada uno de nosotros puede tener con nuestro Supremo Creador.
Dios se
comunica con quien lo busque y lo quiera conseguir verdaderamente.
Quien lo busque
con fe y humildad, lo encontrará con toda seguridad. Es un encuentro directo y personal con cada uno de nosotros, de Dios contigo, conmigo, con cualquiera que lo busque, siguiendo la Palabra de Cristo.
Caminar
hacia el Reino es toda una experiencia, que tal vez comienza un día con una débil
creencia, pero que termina en una comprensión sólida y absoluta sobre la razón de ser
de nuestra existencia y nuestra vinculación personal con el Creador de la vida.
Al
principio todo parece incomprensible y lleno
de dudas, sombras e incertidumbres. Pero, poco a
poco, Dios se nos va manifestando en la medida que vayamos estudiando, profundizando y
comprendiendo su mensaje; justamente mediante la Palabra que nos ha dejado fundamentalmente
a través de Cristo, los Profetas y los Apóstoles, y que cualquiera puede
conseguir escrita y leer en la Biblia.
Dios ama a
quien lo ame, y se deja conseguir por quienes lo buscan afanosamente.
Dios ama hasta con celos a quienes
aprenden a vivir en este mundo como si
ya hubiesen alcanzado el Reino de la Paz; el mismo Reino espiritual donde Él habita y al que
nos invita para que vivamos allí eternamente.