- Es difícil el camino que conduce a la conversión del espíritu.
- El cambio y transformación de nuestro espíritu es un proceso que puede durar toda una vida en este mundo.
- Es un proceso de curación del alma que requiere fe, confianza en Dios, voluntad y mucha constancia. Hay que perseverar si se quiere llegar... ¡Perseverar!
- Es una lucha de todos los días, que comienza con cada amanecer.
- Por eso, al levantarnos cada día recemos el Padre Nuestro, silenciosamente, delante de Dios, en su presencia.
- Luego hagamos con Él una revisión de lo que debemos hacer en ese día para avanzar en el cambio. Escribimos una lista de las acciones a realizar ese día.
- Durante el día procuramos hacer las acciones que podamos.
- Cuando nos disponemos a descansar de nuevo al final del día, hacemos una revisión de la lista y vemos lo que hemos logrado y avanzado. Demos las gracias a Dios antes de dormir.
- Y así, todos los días, vamos adoptando y nos vamos apropiando del cambio y la evolución continua de nuestro espíritu hacia la perfección.
- Dios nos quiere perfectos y lograr esa perfección cuesta mucho. Es una labor continua, de todos los días.
- Y hasta el nuevo amanecer para continuar adelante, todos los días.
- A cada día le basta su afán.
- El sacrificio que tuvo que hacer Cristo para entregarnos el mensaje de Dios a la humanidad, fue muy difícil y doloroso.
- Tuvo que enfrentar a su propia iglesia y sus autoridades, quienes finalmente lo condenaron y mandaron a crucificar.
- El mensaje de Cristo es la invitación de Dios para que transformemos nuestro espíritu y nuestro corazón y podamos de este modo compartir con Él su Reino de Paz y la Vida Eterna.
- Quienes reciben el mensaje e invitación de Dios a través de la Palabra de Cristo, tienen que comenzar a actuar guiados por su Santa Palabra.
- Tenemos que darnos ánimo constantemente, mantener siempre la alegría, la comunicación permanente con Dios a través de la oración, y la seguridad de que estamos en sus manos para seguir adelante.
- Hay que levantar el espíritu todos los días; no importa si caemos, ni cuantas veces caemos. Siempre hay que levantarse de nuevo. Dios siempre estará allí, esperándonos en su Reino.
- No se trata de un camino de castigos, y represalias, sino un camino de curación, de sanación, de corrección y perseverancia, de fe y amor. Hasta que logremos la perfección y asimilar el espíritu del Amor de Dios en nosotros mismos.
- Lo importante es sembrar cada día el espíritu de Dios, primero en nosotros mismos y luego en los demás. “Nadie puede dar lo que no tiene”.
- Preocúpate por ti mismo, resuelve primero tus problemas ante Dios, y luego podrás preocuparte por los problemas de los demás, con la ayuda de Dios.
- Cada quien tiene que hacer su propio esfuerzo. Nadie puede hacer el cambio por otro. Es una responsabilidad de cada quien. Cristo nos dice a cada uno: “Toma tu cruz y sígueme”.
- No importa cuántas veces caigas. Siempre pide perdón a Dios, corrige y sigue adelante. Confía en Él, en su Palabra. Que nadie tenga la osadía de juzgarte, cuando Dios ya te ha perdonado.
- Dios quiere en ti el espíritu de la santidad y la felicidad eterna.
Conductas que revelan la presencia del Espíritu de Dios en las personas
Quien haya transformado su propio espíritu en el Espíritu Santo de Dios:
- Manifiesta su fe y actúa guiado por el amor a su Creador, nuestro Dios Padre, y a Cristo su Hijo.
- No se burla, ni ofende a Dios, con actos ni con palabras. Es y vive como hijo de Dios.
- Es una piedra del gran Templo Espiritual de Dios
- Es mensajero y testigo del Amor y del Reino de Dios
- Busca y ama la vida.
- Se guía por lo espiritual y se aparta de la corrupción, de la tentación y de la muerte que viene con el pecado.
- No es impuro, ni hechicero, ni idólatra.
- Ama con respeto y fraternamente a su prójimo.
- Se guía por la bondad y la mansedumbre
- Se aparta del mal. No es malicioso, ni busca perjudicar a los demás
- Promueve y vive en paz consigo mismo y con los demás.
- No se deja llevar por la violencia, ni la ira. No grita a los demás.
- Olvida ofensas y las perdona
- Se alegra con lo justo y desecha lo que sea injusto
- Siempre le agrada la verdad y la busca ante todo.
- Detesta y se aparta del que practican la mentira, de los que cometen maldad y mienten.
- Se auto-controla y tiene dominio de sí mismo.
- No se vanagloria, no busca provocaciones, ni rivalidades con nadie.
- Se conduce con alegría, con caridad, con misericordia. Es compasivo. Es feliz
- Comprometido con el bienestar de los demás, con su comunidad
- Es honesto. Sencillo. Humilde. No busca prerrogativas, ni tratos diferenciados. Se aparta de la soberbia y la arrogancia
- Respeta a los demás. No ofende. No insulta. No se burla. No es irónico, ni cínico, ni sarcástico.
- No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. Es directo, sin dobleces, ni de bajos impulsos.
- No juzga, ni condena, ni maldice.
- No aparenta ni se hace el importante.
- No se hace llamar maestro, ni doctor, ni padre de la Iglesia. No hay tratos preferenciales, ni prerrogativas, ni sitios especiales para él.
- Es servicial. Está al servicio de la comunidad. No es jefe, ni autoridad. Es un servidor como los demás
- No es hipócrita, ni pretende más que las demás. No es intermediario, ni barrera entre Dios y las personas.
- No aparenta religiosidad. Cuando enseña, cumple y hace lo que dice a los demás.
- No es envidioso. Es paciente.
- No es cobarde, ni renegado, ni corrompido, ni amargado, ni asesino.
- Vive con esperanza y confianza en las promesas de Dios