Busca a
Dios en donde creas que pueda estar. Pero búscalo.
No ignores
su existencia, porque tu vida y todo lo que te rodea no surgieron de la nada,
ni de manera espontánea.
Hay
lógicamente alguna inteligencia superior a la nuestra, que puede explicarnos todo
aquello que por nuestras limitaciones no podemos entender.
Busca a
Dios, ése es el objetivo. Si lo encuentras, seguramente te alegrarás.
Si no lo
encuentras, es simplemente porque no te propusiste
hacerlo de verdad. Dios se manifiesta a quienes lo buscan con sinceridad y
humildad.
Haz que tu
vida sea un camino para encontrarte con Dios.
Dios se
encuentra en todo lo que nos rodea, se manifiesta constantemente, aunque no lo
veamos, ni lo podamos comprender del todo.
A medida
que te vayas acercando a Él, sin dudas sentirás su presencia y en algún momento
sabrás y te percatarás que ciertamente está muy cerca de ti.
Si lo
buscas a través de las palabras de Jesús, los profetas y sus apóstoles, las
cuales están escritas en la Biblia, verás cómo poco a poco se irá encendiendo una
luz que iluminará toda tu mente y fortalecerá continuamente tu espíritu y tu
corazón.
La búsqueda
de Dios es un esfuerzo personal, de cada
uno de nosotros. Nadie lo puede hacer por ti, ni por mí, ni por otro.
Es tu
propia voluntad y tu fe ante el Creador, lo que realmente cuenta. Esa es la
verdadera religión, la manera como logras personalmente comunicarte, entenderte
y vivir con tu Creador.
Cuando
decidas ir hacia Él, Él también irá a tu encuentro. Será tu maestro, tu guía.
Él directamente se hará cargo de ti, mientras no lo abandones.
Dios ama a
sus creaturas y les da vida eterna a quienes finalmente lo encuentran y conviven
de acuerdo con sus enseñanzas, con el mismo espíritu de santidad, de humildad y
amor, que nos mostró a través de las palabras y el ejemplo de vida de Jesús de Nazaret.
Debemos hacer
de nuestra vida un camino que nos conduce hasta Él. Solo basta que decidamos
hacerlo y pongamos nuestra voluntad en lograrlo.
Dios nos
alienta y nos espera siempre con todo su amor paternal, hasta que finalmente
logremos perfeccionar la comunicación de nuestro espíritu con su Espíritu, y
tengamos con Él un mismo y único espíritu de santidad.
Con Cristo
surgió una nueva Alianza de Dios. Solo existirá un Templo, el gran Templo
Espiritual conformado por todos los espíritus de quienes creen en Él, lo aman y
siguen verdaderamente sus enseñanzas.
Los Templos
materiales desaparecerán y no se hallarán más en su Reino.
No habrá
Sumos Pontífices, ni intercesores ante Dios, más que Cristo, su Hijo.
No hay otro
Santo Padre, más que el mismo Dios.
No hay
sacerdotes, ni levitas. Todos los seres
humanos estamos al mismo nivel ante los ojos de Dios.
Nuestra
religión consiste en aprender y seguir las palabras que nos enseñó Cristo. Hay que seguir a Dios a través de las
palabras de Cristo, que encontramos escritas en la Biblia.
Todo lo
demás desaparecerá en virtud de la nueva Alianza de Dios: los ritos, cultos,
sacramentos, ofrendas, sacrificios, ceremonias, altares y templos materiales.
Nada de eso proviene, ni es mandato de Dios, ni de Cristo, de acuerdo con la
nueva Alianza.
Todo eso,
desaparece según la nueva Alianza porque no son mandatos de Dios.
Dios amará
a quien lo ame sinceramente y con honestidad, y se apartará de quienes se
aparten de Él.
A la salvación
y el Reino se llega solamente a través de
una persona: Cristo; mediante la Gracia que nos concede Dios por Amor de
su Hijo; y por nuestra propia conversión, al adoptar un nuevo espíritu y un
corazón de santidad, siguiendo las enseñanzas de Dios.
Convertirnos
significa que dejamos de ser lo que éramos antes y vivimos ahora con un
espíritu renovado y de santidad.
Dios no
pide ofrendas, sino que seamos generosos
con los demás.
Dios se
comunica directamente con aquellos a quienes ama, y en su debido momento se
hará sentir.
El Reino de
Dios no está aquí o allá, porque ese Reino se encuentra dentro de nosotros.
Estaremos
en el Reino de Dios cuando hayamos adoptado y vivamos de acuerdo con el
espíritu de santidad de Dios, el que nos mostró Cristo con sus palabras y su ejemplo,
tanto en su vida pública como en su vida privada.
Nada que
sea distinto a lo que Cristo nos enseñó, proviene de Dios. Estemos claro con
eso.
El camino
que nos conduce a Dios es el camino de nuestra propia conversión de espíritu.
Y
ese camino es el que nos mostró Cristo.
No es un camino fácil, pero no hay otro que nos conduzca a nuestro Dios Padre.
Vivir en el
Reino de Dios es vivir en esta vida terrenal conforme a los mandatos de Dios,
con un espíritu de verdadera fraternidad, humildad y generosidad, tal como lo
hizo el buen samaritano, y no como el levita y sacerdote que siguieron de largo
su camino sin atender a quien realmente los necesitaba.
No es
difícil saber quiénes están con Dios y quiénes no. Observa solamente lo que
dicen y cómo viven.
Hay que vivir
lejos de la codicia, la envidia, la vanidad y la soberbia. Nuestra religión se
hace visible en la forma como vivimos y nos relacionamos con los demás.
Hay que vivir con
bondad y apartándonos de la maldad, sea donde sea que ésta se encuentre.
En nosotros
no debe haber violencia de ninguna clase, solo el esfuerzo diario de convertirnos
y mantener nuestro espíritu como el mismo Espíritu Santo de Cristo y de
Dios.